Me despierto y me froto la cara como primera acción del día, está premeditado para que agarrar el celular no sea lo primero que haga. Trato de ver la hora en el control del aire acondicionado pero no lo alcanzo y no quiero levantarme sin saber que hora es. La luz entra indiscriminadamente por mi persiana rota dibujando en el piso una especie de rectangulitos redondeados que parecen el patrón de tus pasos cuando te vas de mi casa, tienen el mismo intervalo de sombra que toman tus pies uno del otro para tomar distancia de mi vida de una vez por todas. “No te vayas, es mi culpa” les dije, pero seguían ahí, seguían como el eco de tus pasos esa noche que te fuiste con tu propia llave. Esa llave debe seguir en tu manojo de llaves, llavecitas y llaveros que te trajimos tus amigos y yo de nuestros viajes porque sabemos cuánto te gusta coleccionarlos.
Todavía no se que hora es, me perdí mirando las luces que ahora son más brillantes y se corrieron un poco que no sé si será porque estuve observándolas hasta el mediodía o porque se corrió una nube o porque el recuerdo de tu abrazo cuando volví de estar un mes afuera iluminó esos pasos tuyos que estaban ahora en el piso. Me pregunto por dónde estarás dejando marcas ahora, quién tendrá la suerte de conocer el silencio después de tu “nos vemos” sonriente, qué paredes estarán conteniendo tus carcajadas en una noche de platos limpios y vasos llenos. Escuche la puerta de mi vecino que siempre se abre a la hora que vuelve de trabajar, en 10 minutos debería abrirse también la nuestra porque vos estás haciendo lo mismo.
Tus pasos siguen retumbando la pared de mi habitación, negados a dejarme olvidar que ya no estás. Cada recuerdo les añade una sombra de naranja que me significa una nostalgia cínica que no quiere abandonarme, que quiere verme diluido en el humo del tabaco que sale compulsivamente de tu boca mientras quemamos las horas con palabras perecederas durante todo abril. En qué momento pude hacer tan cotidiano ese movimiento tuyo de tocarte la nariz antes de hablar cuando me ibas a contar una anécdota plagada de huecos para contarme lo que hiciste la noche anterior? Será en el mismo en el que me encontré cada vez más veces desviando la mirada antes de empezar a mentirte?
Invadió mi habitación el olor de un café con leche que gritaba tu nombre. Decido levantarme aunque no sepa que hora es y las luces de la calle estaban todas prendidas, puedo ver por mi ventana. Me levanté para ir a buscarte a la cocina pero me topé pilas de tazas sucias, con la sombra de tu ausencia y cigarrillos a medio fumar en una compotera llena de las cenizas de mi angustia. Ya había olvidado cuando fue la última vez que comí. Mi celular dice que son las 19:30 y que mi amiga está preocupada por mi “tranquila” le digo en voz alta sin que ella pueda escucharme. Otro día se fue corriendo por los pasillos de mis recuerdos intentando llegar a la última vez que caminamos de la mano perdiendonós en un lugar desconocido entre risas y fotos mal sacadas.
Volví a observar las luces, esta vez las de comedor, que se proyectan sobre esa puerta retratando perfectamente la noche en la que te fuiste. “No te vayas, es mi culpa”, repetí en vano y me dejé caer al piso para quedar sentado en canastita dándome cuenta de que estaba solo y nada podía cambiar eso, tratando de construir la esperanza de que un día esta soledad iba a ser lo cotidiano. Lo cotidiano… Tan cotidiano como en algún momento fue dormir en tus brazos cada noche.